-Leer
el artículo “Democracia y Constitución” de Roberto Saba.
Luego, opinar críticamente y de manera fundamentada.
Democracia y Constitución
Nuestra Carta Magna nos impuso ataduras que nos harán más libres no menos porque nos ayudan a evitar traicionarnos a nosotros mismos.
05/04/2018
– Clarín.com
La
democracia encarna el ideal de que el pueblo se autogobierne. Sin
embargo, no es fácil llevar este ideal a la práctica,
fundamentalmente por lo difícil que resulta identificar lo que el
pueblo desea. La voluntad de la mayoría es un indicador, siempre
imperfecto, de ello.
Por otra parte, este ideal, concebido
sin restricciones, nos expondría al riesgo de que las mayorías se
vean tentadas de oprimir o someter a aquellos que no compartan su
voluntad, de infligirles daños irreversibles o incluso de
exterminarlos. Es por eso que el ideal democrático moderno se
encuentra siempre acompañado de otro ideal valioso: el del
constitucionalismo.
Las Constituciones expresan límites a
la voluntad mayoritaria. Esos límites están dados por reglas –
como el procedimiento para la sanción de leyes – y por derechos.
Ninguno de ellos puede ser alterado ni siquiera por el más extendido
consenso de la mayoría. Lo impide el ideal constitucional. La
combinación de los dos ideales da forma a lo que llamamos
“democracia constitucional”, un régimen de gobierno superior a
la democracia ilimitada, pero también a cualquier forma de gobierno
constitucional no democrático.
Sin
embargo, como decía el constitucionalista Carlos Nino, la unión
entre democracia y Constitución no es un matrimonio sencillo.
Aquellos que reclaman grados altos de libertad de decisión para la
mayoría, verán en las Constituciones ataduras que debilitan el
ideal de autogobierno. Por su parte, los que conciben al límite
constitucional como muy robusto y exigente suelen desconfiar a menudo
de las mayorías.
La relación entre ambos ideales tiene
que guardar un equilibrio sobre el que deben trabajar los
legisladores en cada decisión que toman, los jueces en cada
interpretación que hacen para determinar la constitucionalidad de
las leyes y la sociedad civil al presentar sus demandas al gobierno.
El diálogo y la deliberación son los caminos para encontrar el
correcto balance entre democracia y límite constitucional. Lo único
que no podemos hacer si queremos preservar nuestra democracia
constitucional es anular de la ecuación uno de los dos ideales.
Es verdad que las Constituciones
también fueron decididas, en el mejor de los casos,
democráticamente. Ello puede poner en duda la razón por la que esas
decisiones democráticas, tomadas por ejemplo en la Asamblea
Constituyente, no podrían ser contradichas por otras decisiones
democráticas tomadas, por ejemplo, por la mayoría actual en el
Congreso de la Nación. Esta es una de las preguntas más difíciles
que deben responder aquellos que defienden la democracia
constitucional. Para hacerlo, a veces recurren a metáforas.
La más usual es la que surge del mito
griego de Ulises, quien luego de la larga guerra de Troya se embarcó
con el deseo de regresar a Ítaca, donde se encontraban su casa y su
esposa Penélope. Conocedor de los peligros que podían frustrar su
viaje, sabía que uno de ellos era el de ser atraído por el canto de
las sirenas que vivían en una isla del Mediterráneo y que desviaban
para siempre a los navegantes atraídos por sus voces. Ulises,
curioso, quería escuchar ese canto, pero también quería regresar a
su casa, por lo que ordenó a los marineros que lo atasen con cuerdas
al mástil de la embarcación y que ellos mismos tapasen sus oídos
para evitar no ser atrapados por las sirenas. Éstas cantaron y
Ulises, que trató de desatarse sin éxito, llegó felizmente a
destino.
La
metáfora es útil para entender que a veces debemos limitarnos en el
presente anticipándonos a la posibilidad de que en el futuro tomemos
decisiones de las que luego nos arrepentiremos. En momentos de calma,
alejados de la angustia y la presión de un hecho dramático, podemos
decidir mejor que cuando ese hecho sucede.
Decidimos constitucionalmente no
torturar porque sabemos que en el futuro, cuando seamos eventualmente
víctimas de una agresión atroz, estaremos tentados de recurrir a la
tortura. Nuestras decisiones constitucionales nos protegen de
nuestras decisiones futuras tomadas bajo condiciones excepcionales.
Un importante asesor presidencial
sugirió que dado que la mayoría de la gente estaría a favor de la
pena de muerte – dato no necesariamente cierto –, esta pena
podría aplicarse pese a que lo prohíbe nuestra Constitución y los
tratados internacionales suscriptos por la Argentina. Un ex juez de
la Corte Suprema de Justicia expresó su deseo de que el Presidente
no termine el mandato previsto en la Constitución Nacional.
Algunos reclaman que las personas
sospechadas de haber cometido delitos no deberían gozar de las
garantías constitucionales previstas para el proceso penal. Otros
quieren imponer requisitos a extranjeros que no se exigen a los
nacionales para ejercer sus derechos a la educación y a la salud,
violando la igualdad ante la ley prevista en nuestra Norma
Fundamental.
Con enorme sabiduría nuestra
Constitución, anticipando las angustias provocadas por el aumento de
la criminalidad, las crisis económicas o humanitarias, la falta de
empleo o la escasez de recursos, se adelantó y nos impuso ataduras
que nos harán más libres – no menos – porque nos ayudan a
evitar traicionarnos a nosotros mismos. Como afirmó John P.
Stockton, político y diplomático estadounidense del siglo XIX, “las
Constituciones son cadenas con las que se ligan los hombres en
momentos de lucidez, para no morir a causa de comportamientos
suicidas en momentos de locura”.
Roberto Saba es profesor de
Derechos Humanos y Derecho Constitucional (UBA y Universidad de
Palermo)
https://www.clarin.com/opinion/democracia-constitucion_0_SJtBERMoG.html
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